top of page
CONFIESO QUE HE MENTIDO
Adriana Fernández
 
 
 
 
 
 
 
Ayer el día estaba nublado y el aire muy tenso, como si anunciara que algo triste iba a pasar. Yo desperté decidida a desnudar mi alma, a vaciar la mochila que tanto he cargado, que tanto me pesa.
Decida sí, pero no alcanzó, porque una vez más, me faltó valor para confesar, y fueron las circunstancias las que me delataron. La verdad salió a la luz después de tanto tiempo.
Mentí cuando dije que no podía tener hijos, mentí cuando dije que perdí el embarazo, no fue así, aborté y  fui muy conciente de lo que estaba haciendo. Siempre supe que para él era muy importante tener niños, “ser padre”, pero ¿para qué más familia?, nosotros dos éramos felices, una vida completa, envidiable, viajes por el mundo, teatros, cine, shopping, cena con amigos…yo tenía un trabajo en el  bufette de abogados, era exitosa, y a él le iba muy bien en el banco, ¿para qué más?, ¿para qué complicarlo todo?.
Siempre me ocupé de mi belleza física, de mi cuerpo, de mi imagen intachable, y pese a saber de sus deseos de ser padre, y de amarlo mucho siempre, mantuve firme mi decisión de no ser madre.
Sería en cambio la mejor abogada.
Ahora recuerdo y ahora comprendo sus palabras, reiteradas infinidad de veces: “llegaremos a viejos y estaremos solos”, a lo cual yo respondía: “vivamos ahora, más adelante seguiremos juntos también”. Ahora entiendo.
Y yo, que todo lo preveía, todo lo sabía y todo lo planificaba, no fui capaz de creerlo. He vivido con la mentira por más de treinta  años, como si fuera una espina que al principio era una cosquilla incómoda pero lentamente fue un dolor agudo que hoy sangra.
Ayer fue el médico quien me delató cuando le comentó a él que nunca fui estéril, que mis ovarios funcionan perfectamente y que el cáncer hoy afecta sólo mis intestinos. Su reacción de  descepción, desconcierto y tristeza le impidieron pronunciar palabra alguna, pero su mirada fue la que habló cuando sus ojos se inundaron y sus piernas tambaleantes lo alejaron por un camino sin regreso.
Estoy sola, aquí en esta cama escribiendo la confesión de la mentira de mi vida.
Hoy es el primer día del resto de mi vida…..¿qué vida? Aún no lo sé.
Cambio de chip
 
Adriana Fernández
 
 
 
 
 
 
 
 
“Tiene el perfil lipídico muy elevado, sus valores altísimos, en fin, el colesterol por las nubes. Corre el riesgo de que sus arterias se tapen y a su edad puede ser muy peligroso para su salud cardiovascular bla bla bla.”
No imagino cuál fue la expresión de mi cara, para que el doctor remarcara con seriedad, en forma imperativa: “no es un chiste: complemente dieta y ejercicio”.
En fin, el veterano facultativo fue claro y convincente, para que yo adopte hábitos saludables, un cambio de vida…¡eso es! ¡cambiar el chip!.
Y como siempre en mi vida, todo resultó planificado: caminata a las seis y treinta antes de ir a trabajar, caminata a las dieciocho, después de llegar de trabajar, cereales, agua a toda hora, yogur, queso magro, leche descremada, verduras, frutas, si es carne, al horno, y para aplacar el estrés mirar una película el sáado, leer un libro antes de dormir, música relajante y qué genialidad, inventé mi nueva frase: “vivir en clave de alegría”.
Por las dudas, para no olvidar nada y organizar todo mejor, hice cartelitos recordatorios que pegué con imanes en la heladera. Todo iría perfecto, con una calidad de vida excelente a mi edad de  treinta y todos.
Fue así que todo transcurría correctamente hasta que recibí aquella llamada de mi amiga Laura…
¡Claro Laura! No tengo nada importante que hacer. Voy a tu casa y charlamos….además si hacés esos bizcochitos tan ricos, y las magdalenas…hum ¡qué delicia! Todo caserito…
Sería un desprecio no ir, no tuve opción, era mi amiga. Busqué mi cartera, mi chaqueta y me fui.
bottom of page