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SUBSUELOS PARALELOS
Sofía Cabrera
Me encuentro con unos grandes ojos en el labrado espejo de pie. Parada. Completamente desnuda. Excitada. Mi mente no logra desacelerarse ni darme un respiro. Me miro. Observo como las pronunciadas curvas comienzan a vestirse con la lencería más provocativa. Veo como mi piel blanca se oscurece con un par de medias en red negras que suben hasta mis muslos, uniéndolos descaradamente a mis caderas con un porta ligas de encaje del mismo color. Una torcida sonrisa destella en mi boca anticipando el pecado más oscuro. La manzana más deliciosa y envenenada que mataría por morder. Esa que en cuestión de horas voy a estar metiendo en mi boca hasta ya no poder articular un solo mordisco más. Mis pensamientos estallan, la ansiedad me recorre y me siento mojada, otra vez, quiero tocarme pero prefiero esperar. Aunque me torture el calor debajo de mi diminuta ropa interior, prefiero esperar. Quiero guardarme para ella. La necesidad me duele en cada centímetro del cuerpo. La necesito más que a nada en este podrido mundo, quiero perderme completa e irrevocablemente en su ser. Suspiro. Esto no puede terminar bien. Desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron todo se vino barranca abajo, arrastrándonos en una violenta adicción. Una ilegal y profundamente oscura adicción.
-Mi amor, por fin después de tantos años tengo el inmenso placer de presentarte a mi adorada hermanita – decía con forzada alegría mi insulso y distante esposo mientras me agarraba la mano y la colocaba encima de la delicada palma de una exótica joven de ojos negros, rasgos indígenas y una brillante piel color caramelo que me traspasó el alma con su mirada.
La incansable viajera que llevaba para entonces ocho años en el exterior estaba de regreso en casa. Renegaba de las redes sociales en su vida despojada de lujos y tecnología por la selva de Perú, por lo que en los 6 años que llevaba infelizmente casada con su hermano no había podido conocerla más que por viejas fotos y cartas que enviaba muy esporádicamente.
Cuando nos presentaron sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo entero erizando cada poro la piel. La incomodidad fue mutua y duró todo lo que tardamos en perdernos del resto de la multitud en la despampanante celebración de las bodas de plata de mis suegros.
-Tenía mucha curiosidad por conocerte -me dijo cuando nos encontramos solas en el enorme balcón con vista al mar, ubicado en el tercer piso de la refinada mansión que habían alquilado para la ceremonia. Continuó. – Miraba las fotos que, por fingida cortesía, enviaba mi hermano de ustedes y leía con atención su descripción de mi nueva cuñada. Una desmedidamente hermosa, dulce y reconocida artista que pintaba a beneficio de los necesitados y marchaba asiduamente por los derechos de las mujeres. Mientras mi hermano nunca supo hacer más que abusar de su poder en el trabajo heredado de papi y moviendo las fichas a su antojo, sin importarle a quien se llevaba puesto en el camino. Siempre me pregunté cómo fue que acabaron juntos. No pareces el tipo de mujer que se acomoda al lado de un bloque de piedra frío y calculador solo por la interesante cantidad de dígitos en su cuenta bancaria. - La muy descarada me leía como un libro abierto, como si me hubiesen escrito a pluma para ella. Y por último agregó. – Tengo que confesar que te busqué en internet, lo que transmitís en tus pinturas es de una sensibilidad y exquisitez casi dolorosas.
Se prendió un cigarrillo de marihuana, le dio unas cuatro o cinco pitadas y me lo pasó con una mirada inquisitiva. La verdad es que era irresistible, desde su boca naturalmente delineada en curvas perfectas hasta ese ingenioso y provocativo intelecto que me enloqueció desde el primer instante. Rozando con delicadeza su mano acepté el cigarrillo sabiendo que implícitamente estaba aceptando mucho, por lejos mucho más que eso.
No se si fue el humo o su hipnótica manera de mirarme que me hicieron transportarme a una dimensión paralela donde las reglas se desdibujaban y solo los impulsos más puros e instintivos prevalecían.
Ya vestida miro la hora, en menos de quince minutos tengo que estar tomando la ruta hacia Punta del Este si es que quiero llegar en hora a la casa de playa de mis suegros, para la extravagante fiesta del cumpleaños número dieciocho del más joven de mis cuñados.
Mi ausente marido se encuentra desde hace unos días en el balneario a causa de algunos eventos de beneficencia que camuflan aburridas reuniones laborales con directivos extranjeros, que definitivamente decidí evitar y acordamos encontrarnos directamente en la fiesta. Hasta la prensa va a estar allí, cerca de seiscientos invitados de los círculos más exclusivos del país van a presumir de otro de los eventos destacados del año a manos de los Rocca Constantini, una de las familias más poderosas y adineradas de la industria. Menuda cantidad de público para el lugar dónde dos retorcidas amantes planean ejecutar su furtivo y pecaminoso encuentro. No es que no lo hayamos hecho antes, aunque sin premeditación, fue el enardecido deseo mezclado con adrenalina lo que nos llevó a devorarnos en aquel baño, de estilo romano y pálidos colores, que tanto contrastaban con la agresividad encendida de nuestros movimientos ese mismo día en que nos conocimos. Allí confirmamos cuan poco suelen percibir nuestra ausencia el resto de los integrantes de la familia, tan abocados ellos en dar su mejor imagen frente a las cámaras y espectadores.
El viaje se hizo fugaz ante tanta expectativa. Los perversos planes para cazar a mi deliciosa presa en el instante perfecto y en el lugar más adecuado cruzaron uno tras otro en mi mente. Algunos incluso mezclándose entre sí formando intensas imágenes que ya me dejan sin aliento.
Mientras se pone el sol, estaciono el auto en el inmenso parque verde a la orilla de la laguna, decorado con arreglos florales, telas blancas y delicados velones en tonos pasteles. Inhalo profundamente intentando bajar mis pulsaciones. Todo va a salir bien. Todo va a salir perfectamente bien. Junto coraje y soltando lentamente el aire pienso en voz alta “que empiece la función”. Salgo del auto con la esperanza de cruzar el largo corredor que lleva al salón principal sin toparme con nadie que quiera hostigarme con conversaciones superficiales y fingido interés. Logro escaparme por poco de las octogenarias tías de mi esposo simulando una conversación por celular cuando de repente alguien me toma de la mano con entusiasmo haciéndome dar un giro en el lugar y dejándome caer entre sus brazos.
-Miren si no está despampanante mi dulce esposa, hola cariño – Dijo el señor Rocca Constantini asegurándose de que el entorno lo oyera y luego me besó en los labios. Siempre tan romántico ante los expectantes ojos del público. Entramos juntos al gran salón donde la multitud competía por protagonismo ante las cámaras y el cotilleo era disimulado con rígidas sonrisas de piedra. ¿Dónde estás asesina de rutinas y protocolo? Vení a rescatarme o voy a morir del hastío al minuto de poner un pie en este baile de máscaras sin antifaces. Tomo conciencia de la nula paciencia que tengo el día de hoy para sostener este circo barato, así que sin pensar mucho en modales ni procurar ser cuidadosa en mí accionar, me propongo ir al grano, sin vueltas. Voy a tomar lo que quiero y lo voy a tomar ahora. Me dirijo hacia mi esposo.
– ¿Dónde pusieron la barra de tragos en esta ocasión? – Hoy sí que no esperaste ni a saludar mi amor, un nuevo record! La barra está sobre la pérgola al costado de la piscina. – Gracias, en un rato te busco por donde estén las cámaras. Me rio sin intentar disimular el sarcasmo y salgo casi corriendo en mi desesperada búsqueda por un poco de aire fresco y sentimientos reales.
Ay Dios! Si pudiera hacerles sentir al menos una centésima parte de lo que ella me genera, del brusco impacto en mi cuerpo al verla o con tan solo escucharla. Está sentada en la barra con un vaso de whisky en una mano y la mirada perdida en el cielo. Si. Sabía dónde encontrarla. Tiene puesto un traje negro, la chaqueta entallada y desabrochada con cuello y puños blancos deja ver una camisa en el mismo tono pero un tanto transparente, que fracasa intentando ocultar un corpiño negro. Verla hace que todo tenga sentido, que todo valga la pena. Me acerco sin que lo note y sorprendiéndola por su espalda la tomo fuerte del brazo disimuladamente y con mi boca sobre su oreja le susurro.
–Si no quiere que arme una escena escandalosa aquí mismo, delante de todos le aconsejo que se pare y me siga. Y con escandalosa me refiero a sexualmente explícita y salvaje.
Sé que ella siente las mismas cosas que yo por la forma en que se le iluminan los ojos cuando le hablo. Me responde con una endemoniada sonrisa y una mirada que me quema desde adentro. Se para y sin decir nada comienza a caminar detrás de mí. Cuando estoy segura de que nadie nos está mirando acelero mi paso y rodeando la enorme casa por el exterior, me dirijo hacia la entrada trasera. Pero no es allí a dónde vamos. A la derecha de la puerta del fondo se encuentra una escalera que lleva a un viejo sótano al que por supuesto, nadie va y del cual me encargue de copiar la llave para ocasiones como ésta. Bajamos rápidamente y enseguida estamos adentro. Me agarra fuerte la cara con una mano y me dice.
– Que sea la última vez que me apretas el brazo de esa manera dónde no pueda defenderme.
Violentamente me empuja contra la pared a mis espaldas y me besa con tanta intensidad que mis piernas ya comienzan a aflojarse. Ya no existe nada, absolutamente nada a parte de nosotras dos y este deseo agonizante por fundirnos una con la otra. Mientras junta todo mi pelo con una mano y lo jala con fuerza llevando mi cabeza hacia atrás, besa mi cuello y muerde mi oreja.
Ella sabe cómo despertar toda esa agresividad que tanto nos gusta compartir en la cama. La miro fijo a los ojos. Meto mi mano por debajo de su ropa interior y recorro muy suavemente con mi dedo índice el pliegue de sus labios vaginales que ya deja rastros de su excitación en mi piel.
Me llevo inmediatamente el dedo a la boca y le recuerdo cuánto me excita su sabor. La empujo bruscamente hasta el sillón de tres cuerpos donde se deja caer y yo aprovecho para sacarle el pantalón, la chaqueta y la camisa. Paso mi lengua por sus labios. Ella responde girando mi cuerpo y bloqueando mis brazos de forma tal que quedo tumbada en el sillón, boca abajo sobre mis rodillas totalmente expuesta y sometida. No se molesta en desvestirme ya que traigo puesto un vestido largo que no tarda en subir.
Toma de una mesa una caja de madera maciza del tamaño de un cajón de verduras que pone entre mis rodillas para que no pueda cerrar mis piernas, y con un lazo de seda que llevaba como vincha, ata mis muñecas por mi espalda dejándome completamente encendida al perder el control. Le pertenezco. Puede hacer conmigo lo que se le venga en gana. Sin perder el tiempo corre a un costado mi ropa interior y apoya delicadamente su lengua en mi clítoris, de la forma más lenta posible me recorre hasta la entrada de mi vagina donde se detiene y dibuja unos suaves círculos. Vuelve a detenerse haciéndome rogar por más. Sigue con su tortura, ahora con ambos labios sobre mi clítoris dándole tironcitos y volviendo a succionar mientras con una mano introduce medio dedo en mi interior. Creo que voy a morir. Intento cerrar las piernas para contener la excitación pero es imposible, la caja de madera no me lo permite. No tengo control ninguno y siento como se estremece todo mi cuerpo. Ansié este momento durante días y ahora no puedo contenerme. Ella comienza a masturbarme con mayor intensidad.
Jadeo intentando controlar la respiración pero no lo logro. Siento como con su mano libre comienza a deslizar un dedo hacia la oscuridad entre mis glúteos. Sé que es el final, sentirla como me posee por todas partes me hace hundirme en el infierno y rogar no salir más de allí. Quiero que me tome toda, quiero venirme en su boca, en sus dedos, bañarla de mi éxtasis.
Y mientras voy en caída libre al inframundo por la oscura madriguera de Carroll, estallo en un grito ahogado de placer al tiempo que siento como me tapa bruscamente la boca y me empuja hacia la parte de atrás del sillón.
– Hay alguien parado en la puerta.
NO ES LO QUE PARECE
Sofía Cabrera
Te respiraba en el oído dejando en evidencia el ritmo acelerado por mi excitación, mi boca se apoyaba sobre tu oreja mientras te mantenía inmóvil de espaldas a mí contra la pared. Mis manos se deslizaban por debajo de tu ropa y mi mirada no se apartaba de la pequeña abertura de la puerta de la cocina donde estábamos.
-No, no hagas esto por favor, no lo hagas, acá no. -Me decías en un miserable intento por persuadirme, sabiendo que no eras lo suficientemente fuerte para detenerme. Consciente de que cada gota del océano de ilegalidad que nos rodeaba nos consumía y nos hundía ahogándonos en las profundidades más oscuras.
Una de mis manos alcanzó un pezón debajo de tu corpiño y lo pellizcó, mi lengua recorría tu clavícula y subía por el cuello. La mano en tu pecho sentía los latidos dispararse y mi erección cada vez más rígida encontraba un lugar privilegiado apoyada con firmeza entre tus nalgas.
-Sabes que te lo puedo hacer acá mismo.- Susurraba a tu oído. –Solo tengo que levantar apenas esta pollera. – Te decía tocándola y levantándola para introducir rápidamente mi mano dentro de tu ropa interior y deslizar toda la palma por debajo, frotándote de la forma en que más te gusta.
-Por favor basta, no puedo control.. . - Y un gemido reprimido te dejó sin habla cuando me sentiste dentro. Recuerdo como me arañabas con la fuerza suficiente para dejar marcas en mi piel por debajo de mi camisa. Me lo merecía, merecía ese daño y mucho más por desearte tan violentamente, por haber dado el primer paso hacia este asquerosamente excitante abismo. El olor de tu piel, el sonido acelerado de tu respiración, el calor de tu interior, todo me descontrolaba y sumía en un infierno que ya se iba quedando totalmente fuera de control.
En cualquier instante podía regresar tu esposo a su casa y encontrarte en la cocina con su propio hermano. Pero ya no me importaba nada, enceguecido hasta los huesos por tus demonios tan parecidos a los míos te envestía con fiereza una y otra vez apoyado sobre tu espalda, que ahora se reclinaba sobre la mesada de mármol. Tus caderas comenzaron la venganza más dulce moviéndose en círculos bien marcados, golpeando tus redondos y firmes glúteos contra mi vientre sin parar. Tomaste el control del ritmo, haciéndome incorporar para poder disfrutar de la hermosa vista que me regalabas, dejándome casi sin poder respirar.
La adrenalina en su punto más alto hizo estallar una puntada en mi pecho cuando escuché el auto estacionar en el garaje. Ya era tarde, y el hecho de pensar en que, aunque nos detuviésemos en ese instante, no había forma ya de poder esconder el rubor, el sudor y los nervios, me hizo venir en un orgasmo tan brusco e intenso que mi alma abandonó este indecente cuerpo, hasta sentir el sonido de la puerta de entrada como una cachetada de derecho y de revés.
Recuerdo abrir los ojos, completamente aturdido y verte, aún reclinada en la mesada con la mejilla apretada contra el mármol por la presión que ejercía una de mis manos sobre tu cara. Tu mirada de terror me arranco del infierno y al girar rápidamente mi cabeza hacia la descuidada puerta de la cocina, vi a mi hermano parado, inmóvil, con la boca abierta exactamente igual a la mía que, para entonces, babeaba agridulces gotas de saliva sobre tus prominentes nalgas justo frente a sus ojos.
DOS JAZMINES Y UNA CARRETA
Sofía Cabrera
Cuando los primeros rayos de sol mezclados con una suave fragancia a jazmines tan típica de esta época, me encontraron esta mañana fresco y totalmente descansado las 5:49, debí saber que lo ordinario de mis rutinarios días había decidido hoy por fin ignorarme.
Yo, que me empecino en citar en mi pequeña y ruidosa mesita “vintage” – como le llaman ahora- a mi taza de café, puntual a las 11 a diario para comenzar mis días, me descubrí hipnotizado con los ojos clavados en las sierras donde el sol luchaba por hacerse notar entre los apagados marrones y verdes del paisaje de mi ventana.
Recordé ese sano vicio de tener presente la magia que albergan este tipo de eventos de la naturaleza, cuánto podemos encontrar si buscamos en los pequeños grandes detalles.
Mi mente se encontraba al borde de otro habitual paseo entre reflexiones baratas y desmedidos balances personales cuando de repente la vi, contundente cual monumento bañado por los dorados rayos del naciente sol, una vieja y rústica carreta decoraba la entrada sur del viñedo lindero a esta casa de campo que me oficia de refugio del caluroso y seco verano.
Tal y como si la fragancia a jazmines hubiese intentado advertírmelo con anticipación, en un instante su recuerdo me atravesó de pies a cabeza. Lo que no me esperaba sin dudas a esta altura del camino recorrido, fue ese vértigo que punzó en mi estómago al rememorar la imagen de su rostro infantil colmado de ternura y con expresión audaz.
Sus ojos rasgados color miel y el pequeño lunar sobre el extremo superior izquierdo de su boca gobernaron mi verano en aquellas inolvidables vacaciones escolares junto al río, en un bello balneario al oeste del país.
Vaya suerte la mía cuando ese primer día en la casa de playa mi locataria tía me llamaba a gritos desde el frente para que fuese a conocer a la hija de su mejor amiga que casualmente tenía mi misma edad y se ofrecía muy amablemente a llevarme a conocer el lugar y a algunos otros chicos que residían allí de forma permanente.
Muy lejos estaba de imaginar que esa dulce niña de mirada cálida y perspicaz me iba a dejar tanto más que un tour turístico y algunos compañeros de juegos con pelota y tejo. El flechazo fue instantáneo pero recuerdo que tarde algo más de un mes en rozar mis labios con los suyos en un torpe e inexperto acercamiento.
Nuestro primer beso aconteció el mismo día en que mi aventurera compañera de juegos festejaba sus doce primaveras. Luego de una sencilla reunión entre familiares y amigos esa deliciosa tarde de febrero nos escapamos al río, donde a la sombra de un viejo sauce le di mi humilde y artesanal regalo.
Me había tomado mi tiempo pero en ese momento ya decidido a dar el gran paso no me iba a andar con chiquitas, ah dulce infancia, pensé que si estaba dispuesto a morir por esos ojos brillantes de largas y tupidas pestañas, entonces tendría que asegurarme ese cálido corazón.
De alguna extraña manera me las había ingeniado para entrelazar una finas pero flexibles ramitas de un pequeño árbol del frente de la casa, formando con ellas un irregular anillo mediante el cual declararía mi amor y besaría en los labios a mi amada.
Y así fue, bueno al menos así intente que lo fuera. Luego de poner en su delicado dedo el anillo y recitarle – no sin un leve tartamudeo - unas dulces palabras de un poema de amor que había pedido a mi tía que seleccionara de entre sus libros, me precipité torpemente sobre su boca con los nervios y la ansiedad propios del primer beso dando un golpe su labio inferior con mis paletas. Entonces en lugar de morir de amor entre mis brazos se echó a reír con complicidad y decidió tomar el control de la situación ante tan atropellado compañero.
Me quedé completamente paralizado mientras observaba con atención absoluta como la comisura de sus labios se curvaba en una pícara sonrisa que derretía y acercaba lentamente ese hermoso lunar a mi boca.
Ella llevaba dos jazmines en su mano que había tomado del florero de su casa antes de dejar reunión y así como me encontraba, con mis sentidos completamente despiertos y en alerta, sentí como el aroma que desprendían calaba hondo en mí atando estos delicados recuerdos consigo en mi memoria.
Recuerdo el momento exacto cuando apoyo sus carnosos labios sobre los míos y me vi gratamente sorprendido al sentir como el suave roce de su lengua ponía de punta todos mis bellos, descubriendo las infinitas e invisibles conexiones entre el resto de mi cuerpo y mi boca.
Mi dulce e inquita niña, desde ese momento no encontraba más que excusas para escaparse conmigo donde nadie pudiera vernos y así poder ahogarnos el uno en el otro en un frenético despertar y descubrir que se nos hacía ya un vicio exquisito y excitante difícil de contener.
Como olvidar aquella carreta cómplice y confidente, abandonada a un costado del sendero del bosque de pinos que cada día nos acercaba un poquito más al cielo.
El sabor a piel con sal mezclado con su delicada fragancia a rosas se me hacía irresistible y no podía evitar la tentación de desentrañar en cada encuentro, un poco más de esos íntimos misterios que el mundo del amor nos ofrecía.
Era rutina comenzar con extensas sesiones de besos, primero los practicábamos en la boca, luego habíamos decidido probar si combinaban bien con nuestros cuellos, concluyendo que definitivamente lo hacían partimos hacías las orejas también con agradecida aprobación.
Recuerdo como enloquecía de excitación al escuchar su respiración entrecortarse y su corazón acelerar mientras rozaba con mi lengua el lóbulo de su oreja y bajaba mis manos hacia sus suaves y pequeños senos por encima de su blusa con flores, tomándolos con cuidado y masajeándolos lentamente.
Ese día decidí ir aún más lejos y mientras continuaba con los masajes tome su mano y la coloqué sobre mi erección con delicadeza. Por un instante no supo que hacer pero el solo contacto de su tibia mano sobre mi pantalón casi me hace estallar de pasión. La guie con mi mano sobre la suya moviendo suavemente de arriba hacia abajo.
No hay palabras que puedan explicar la intensidad del fuego que quemaba a estos dos principiantes enamorados, cada nueva sensación era más fuerte que la anterior y nos envolvía en un frenesí del cual solo era posible liberarse adentrándonos más y más en nuestras prácticas incendiarias.
Conteniendo la respiración tome el riesgo de bajar desde su blusa a la falda, al no percibir ninguna señal de reprimenda y con el corazón casi por salirse de mi boca bucee entre su ropa interior explorando cada rincón de nuestras diferencias.
Al cabo de un instante estábamos tumbados uno encima del otro. Completamente vestidos nuestros cuerpos nerviosos y excitados de una manera desorbitante, seguían el instinto frotándose mutuamente sin parar como locos.
Entre abrazos y besos ensordecedores, donde la temperatura no hacía más que subir y con la ferocidad de una tormenta tropical de verano, se me vino encima un rayo de placer que me llenó del goce más sorprendente, mojándome los pantalones y quemando mi alma con tan deliciosas y promiscuas marcas en esta ajetreada memoria, que mantiene aún inmaculados estos recuerdos de un amor, dos jazmines y una carreta convergiendo en algún recóndito lugar de la vía láctea.
DE MENTES ESPEJADAS
Sofía Cabrera
Es temprano en la mañana cuando estaciono mi auto en el subsuelo del elegante edificio donde se encuentra el local principal de la cadena de restaurantes que dirijo. Y donde tengo además mi oficina predilecta. Dejo caer mi pesada cabeza sobre el volante. Si digo que dormí 3 horas anoche estaría exagerando. Intento disimular la irritación de mis ojos a causa del cansancio con unas gotas oculares, mientras procuro no correr el estratégico maquillaje que oculta mis ojeras y resalta mis gruesos labios, en un rojo casi tan ardiente como esas horas que estuve en vela. Ese pensamiento trae a mi mente imágenes bastante subidas de tono que me roban una inmensa y atrevida sonrisa. Me divierto tanto cuando somos tres. Las posibilidades de magnificar el placer son innumerables con más de dos seres en una cama.. o en una alfombra.. o en un sillón. Otra sonrisa se apodera de mi rostro. Bueno, se puede decir que ya conseguí la suficiente inspiración para salir del auto a otro aburrido día en la oficina. Al menos los recuerdos de la noche me van a mantener entretenida.
Tomo el ascensor hacia la plaza de comidas del edificio que alberga las oficinas de numerosas reconocidas empresas. Marco el número 21. Amo la vista desde esa altura hacia toda la costa, a través de las paredes de vidrio a la izquierda de mi escritorio. A la derecha del mismo, las paredes que dan al interior del edificio también son de vidrio pero espejadas y me proporcionan una vista completa del restaurante. Chequeo el celular mientras el ascensor sube piso tras piso. Un mensaje de mi encargada del personal me avisa que se encuentra enferma y por lo tanto le va a ser imposible presentarse a trabajar, me adjunta una foto del certificado médico y otra de su agenda con todo lo programado para el día de hoy. Resoplo y entrecierro los ojos con molestia. Otro tedioso día en la oficina.
Si bien estoy orgullosa de todos los logros a mi edad, a veces pienso que son demasiada carga para mis aún jóvenes 35 años. Mis amigos por ejemplo se dividen en dos grupos. Por un lado están los que decidieron formar su propia familia, ellos viven igual de estresados y atareados que yo pero a causa de dos o tres hijos y un matrimonio que, por lo general, les quita el aliento y no en el buen sentido de la expresión. Estilo de vida que de solo pensarlo me genera una alergia de espesa comezón. Por el otro lado están los viajeros, los chicos de las fiestas. Un tanto más irresponsables sí, es cierto, pero que bien se los ve, disfrutan todo lo que la vida les ofrece en el día a día con tranquilidad. No tienen que agobiarse con difíciles decisiones que tomar, incluso ni tienen que pensar que van a estar haciendo en un par de horas. Debo de confesar que a veces los envidio por eso, hay momentos en los que dejaría todo lo que tengo y saldría corriendo por un poco de libertad, por un poco de aire fresco. Aunque también es cierto que la vida le hace a uno desarrollar los métodos propios para descargar todo el estrés y el hastío de la rutina. Y de eso, señoras y señores no puedo quejarme. No hay absolutamente nada después de un día agotador lidiando con gente intensa y números vertiginosos, que un buen par de esposas y una fusta no puedan arreglar. Otra amplia sonrisa para mí, ya van tres a esta hora de la mañana, hoy sí que tiene que ser un gran día, uno de los buenos.
Llego al restaurante, el personal me recibe con su exagerada cuota diaria de amabilidad y retoman sus tareas con mayor entusiasmo del habitual. Subo las escaleras a mi amplia y hermosa oficina. Debo admitir que realmente me esmeré con su ambientación, bueno la decoradora de interiores lo hizo, solo claro, después de soltarle los amarres que la mantenían inmovilizada, uniendo sus tobillos a sus muñecas mientras intentaba mantenerse en pie al mismo tiempo que yo… mmm al mismo tiempo que yo no la perdonaba por haberme recomendado el color verde agua para la pared de mi escritorio. ¡Como odio el verde agua! En fin, el correctivo sirvió de mucho, ahora todo es en tonos rojos, negros y blancos. También hay varios adornos en plateado que le dan un toque más refinado y delicado a toda la cuerina del mobiliario. Mi sector favorito es sin lugar a dudas la barra de estilo moderno con luces tenues, ubicada del lado izquierdo del escritorio con la espectacular vista del mar de fondo. La acompaña a continuación un retorcido y picante armario color negro forrado en eco cuero, con una fuerte cerradura que esconde una vasta gama de juguetes sexuales y lencería erótica, para reuniones especiales en la gruesa y acolchonada alfombra color rojo que cubre todo el suelo, o en los mullidos sillones, o en el amplio baño también con vista al mar, donde hice instalar un enorme jacuzzi. Siempre pensé que el placer y el trabajo podían unirse para hacer al segundo bastante más llevadero con los recuerdos del primero.
Apenas doy un paso adentro de la oficina suena el teléfono en mi escritorio. Es Carmen, la recepcionista del restaurante. Miro hacia mi derecha por los ventanales espejados a través de los cuales yo todo lo veo pero nadie puede verme ¡y por suerte! La observo mientras me dice que llegó el chico para la reunión por el puesto vacante de mozo. Ya que la encargada del personal no iba a poder entrevistarlo, le digo que lo haga subir y ya aprovecho para avisarle que yo me encargo hoy de todas sus tareas. Golpean la puerta.
-Adelante. Digo con vos firme.
-Señora Natalia, él es Juan Carlos viene a una entrevista por el puesto de mozo.
-Muchas gracias Carmen, puede retirarse.
-Juan Carlos tome asiento por aquí. -Me dirijo al chico señalándole la silla en mi escritorio.-
-Sólo Juan por favor. -Me dice mientras estrechamos las manos. Tomamos asiento y comienzo.-
-¿Es mayor de edad verdad? Es requisito excluyente, no trabajamos con permisos.
-Si, cumplí 18 hace 3 meses. -Me contesta tímidamente.-
-Con eso es suficiente. -Comento y continúo explicándole las tareas del puesto al que se postula.-
-¿Tiene experiencia en cargos similares?
-No, este sería mi primer trabajo pero todo me parece excelente y estaría dispuesto a comenzar cuanto antes. Tengo ganas de aprender.
-Perfecto, no hay nada más que agregar entonces. La encargada se pondrá en contacto con usted para decirle cuando comienza y le detallará la documentación que necesita para ingresarlo en la empresa. Muchas gracias por su tiempo. -Le digo extendiéndole mi mano y dando por finalizada la reunión, la cual aprieta con rapidez, se despide y sale casi corriendo de la oficina.-
Sonrío por dentro, me recuerda a mí a su edad, torpe y nervioso ante las primeras entrevistas y experiencias laborales. No sé si fue eso lo que generó en mí cierta ternura, o si fue él que traspasó algún rinconcito de mi intuitivo sexto sentido. La cuestión es que me cayó en gracia, su postura, su actitud y sus respuestas revelan que no se trata de otro chico más de los que generalmente vienen por el puesto. Tan irresponsables y carentes de modales que no tardan en ser cordialmente invitados a abandonar su puesto de trabajo. Suena el teléfono otra vez disipando mis pensamientos.
-Señora Natalia llegó correspondencia para usted.
-Súbala por favor Carmen, muchas gracias.
Ya parada frente a mí, me extiende una caja muy fina y bien presentada con un enorme moño color verde agua. No puedo ocultar mi sonrisa. Vuelvo a agradecerle a Carmen y le pido que se retire. No es que necesite leer la tarjeta que cuelga en una delicada cinta plateada, para saber que el obsequio lo envía a mi audaz decoradora de interiores que, al parecer, está necesitando un poco de disciplina. Arranco el moño que va directo a la papelera y abro el paquete. ¿Un set de cucharas? Abro mis ojos ante la sorpresa y frunzo el ceño. ¿Pero qué se supone que haga con esto? Y yo que me creía la rara de las dos. El resto de la jornada continua sin mayores emociones y caigo rendida en la cama ni bien pongo un pie en mi apartamento.
Me levanto antes de que suene el despertador. Gracias a haberme acostado temprano tengo energías y cuando caigo en la cuenta ya me encuentro en la oficina, holgado tiempo antes de que llegue todo el personal. El olor a café recién hecho deleita mis sentidos y al llevarme el primer sorbo a la boca llama mi atención alguien entrando a esta hora al sector de los empleados del restaurante. Es el chico nuevo, el guardia de seguridad le está enseñando el lugar. Me invade esa sensación de ternura otra vez, no estaba equivocada, realmente quiere trabajar y se esfuerza por hacerlo notar. Me entretengo observándolo con total libertad, claro él ni se imagina que estoy en la oficina muy cómoda recostada en uno de mis sillones mirando todo lo que hace, me doy cuenta de eso porque gira a sus costados chequeando los pasillos y al comprobar que es la única persona allí se quita la camisa que llevaba puesta quedando con el torso completamente desnudo. Su piel tostada y los músculos trabajados que tan bien escondía debajo de la ropa parecen estar ahora llamándome a gritos a través del vidrio espejado. Mis ojos completamente abiertos se sorprenden aún más cuando su jean cae al suelo y deja al descubierto un ajustado bóxer color negro, un poco más de piel tostada y más delineados músculos. Instantáneamente pensamientos oscuros azotan mi mente como suaves pero firmes golpes de un látigo de muchas colas. ¡No, no y no! Me detengo ahí mismo. Bajo ningún concepto puedo permitirme el acceso de esta inocente criatura a ese sector de mi mente. Me conozco bien, después de cierto punto ya no hay marcha atrás. La cazadora invade cada partícula de mi ser y no mido distancias, no hay obstáculos que puedan con la retorcida e ingeniosa mente acechando la presa. Se vuelve un juego de lo más delicioso, un juego que siempre gano. Y en este caso la ilegalidad destella como carteles luminosos por todas partes. Me excito. ¡Basta! Quiero distraerme y dispuesta a sacarle los ojos de encima, veo como se pone el uniforme de espaldas a mí y pasa lentamente su mano por el pelo haciéndome notar una exquisita nuca que lleva rapada, casi como una violenta invitación a mi lengua. Contengo la respiración unos segundos y luego la suelto con brusquedad en un indignado resoplido. Necesito parar en este preciso instante, así que me sumerjo en la computadora durante horas logrando apagar mi mente perversa. Solo tengo que enviar un par de mails más y termino por hoy. Golpean la puerta.
-Adelante.
-Permiso, vengo a entregarle la documentación que me solicitó la encargada. –Dice la tierna y deliciosa criatura morena parada frente a mi escritorio con timidez. Me pregunto cómo se me pudieron pasar por alto esos carnosos labios. Mi cuerpo se tensa y un escalofrío me recorre lentamente disparando mis pulsaciones. ¿Pero qué pasa conmigo hoy? Intentando disimular el impacto que causa en mí, le agradezco por los papeles y en un gesto de cortesía le pregunto.
-¿Cómo fue el primer día? ¿Se sintió a gusto? – Leo en su cuerpo la incomodidad, quiere salir cuanto antes de mi oficina. Con voz entrecortada me contesta que todo salió bien, se despide y al instante se encuentra bajando las escaleras alejándose de mí y mis oscuros pensamientos.
¿Instinto de supervivencia? ¿Será que percibe a la cazadora que habita en mí? Su tensión, su incomodidad y su timidez, pero sobretodo su impulso por salir despavorido de mi lado se me hace como a un cervatillo desesperado en su intento último de escapar de las garras del puma. ¿Realmente podrá leerme? Este pensamiento me desconcierta, no estoy acostumbrada a ser predecible. Más bien me gusta sorprender y digamos que soy muy buena en eso. Me detengo en su ficha al guardar los documentos y leo toda la información escrita allí.
Es de madrugada y me despierto totalmente desconcertada a causa de un intenso y hermoso orgasmo que aun escuece ente mis piernas. Miro a mi alrededor, estoy sola en la cama y mientras me aclaro, cada una de las insolentes imágenes de mi sueño caen en mi mente como gotas de agua fresca.
La encargada del personal del restaurante llama furiosa a mi oficina. Me dice lo cansada que se encuentra de estos chicos demasiado jóvenes para ser responsables, que carecen de ganas de trabajar y que son incapaces de cumplir con las normas establecidas. Desorientada ante el comentario, no entiendo a qué se refiere hasta que siento como lentamente se abre la puerta de mi oficina y al girar la cabeza me encuentro con la indefensa criatura morena parada en la puerta. Temblando de miedo y mirando fijamente el suelo me dice con palabras entrecortadas que lo enviaron para ser sancionado por no llevar puesto el uniforme. Es en ese instante que me percato que viste unos claros jeans ajustados que terminan sobre unos tostados y descalzos pies. Pero quedo perpleja al ser prácticamente encandilada y aturdida por una musculosa estilo nadadora con rayas gruesas horizontales en diferentes tonos de verde agua.
-¡¿Verde agua?! Le increpo casi rugiendo.
Y es lo último que puedo pensar con claridad. Todo se oscurece inmediatamente. Mi mente se tuerce nublando hasta los más pervertidos pensamientos y la sangre comienza a arder en mis venas. Sin mediar palabra me acerco violentamente hacia él que seguía temblando y mirando el suelo. Con brusquedad tomo su brazo y prácticamente lo arrastro hasta dejarlo parado frente a mi escritorio debajo de una planta que cuelga del techo. Le ordeno que se quite toda la ropa urgentemente, menos la musculosa color verde agua al tiempo que camino en dirección a la barra, a mi pedacito de infierno adentro del armario negro. Saco dos muñequeras negras unidas entre sí por una larga y gruesa cadena y el hermoso flogger color bordó. Ese pequeño pero potente látigo de muchas colas que tanto placer ha sabido ofrecerme. Me vuelvo hacia él y lo observo. Unos firmes glúteos al descubierto me hacen temblar la mano y mis pezones se endurecen debajo de mi blusa sin corpiño al verlo completamente rígido para mí. Me muerdo el labio y siento un calor subir con furia desde mi entre pierna hasta la cabeza. Estoy completamente consumida por el deseo de poseerlo, de adiestrarlo, de disciplinarlo hasta dejarlo sin aliento y saciarme completamente en él. Mi nivel de excitación ya está por las nubes solo con la anticipación. Me acerco lentamente hacia mi presa relamiéndome por dentro. Me coloco detrás de él. Deslizo muy suavemente mi dedo desde su hombro derecho en sentido descendente hasta su mano, la cual tomo con fuerza y sujeto a una de las muñequeras, luego repito la secuencia en su otro brazo. El contacto con su piel es delirante. Su respiración se acelera bruscamente y me derrito por su respuesta. Quito la planta que cuelga sobre su cabeza y enlazo del gancho incrustado en el techo la gruesa cadena que une sus muñequeras, dejándolo parado en sus pies pero con los brazos inmovilizados tirantes del techo. Su nuca me pide a gritos que la muerda y eso hago, lo muerdo con firmeza y luego paso lentamente mi lengua humedeciendo la zona irritada y propiciándole un prolongado soplido sobre mi saliva en su piel que le pone los pelos de punta. Jadea. Lo miro desde un costado con exasperación y le acierto un contundente golpe con mi flogger en su ahora enrojecido glúteo. Su cuerpo se contrae inmediatamente por la sorpresa y suelta un gemido que penetra en mis oídos pidiéndome más y generando fuertes contracciones debajo de mi ropa interior. -Ay pendejo, no tenes idea- pienso y me descontrolo. Le doy un latigazo aún más fuerte en el otro glúteo al que responde con otro gemido más prolongado y lo giro hacia mí. Miro fijamente sus ojos mientras desciendo por su frente hasta toparme con su erección. Sé que podría degustarlo por horas pero en cambio rozo su glande con mi lengua y recorro con mis gruesos labios todo su largo sin quitarle la mirada de los ojos. Lo siento palpitar dentro de mi boca. Su excitación traspasa todos mis sentidos y ya no aguanto más el dolor de la tensión en mi cuerpo. Quiero escucharlo gritar. Quiero escucharlo suplicarme. Quiero sentirlo venirse adentro de mí. En un movimiento violento lo succiono con fuerza y grita de placer. Inmediatamente me giro de espaldas a él apoyándome en mi antebrazo al inclinarme sobre el escritorio. Tomo su firme erección apretándola entre mis dedos y la introduzco agresivamente en mi interior explotando repentinamente en el placentero orgasmo que me arrebató impune del mundo onírico.
No logro volver a dormirme. Mi cabeza no para de dar vueltas, la cazadora está al mando y no hay absolutamente nada que pueda hacer al respecto. No tengo control sobre mi parte más instintiva y salvaje una vez desatada la bestia. Para cuando suena el despertador, llevo tres horas ideando mil formas de acercarme a él, de entablar algún tipo de vínculo o de generarle al menos un poco de confianza.
Me miro en el espejo y soy un verdadero desastre. Las ojeras delatan mi tortuoso insomnio, así que me baño y las oculto tras generosas capas de maquillaje. Luego me visto un poco más provocativa de lo habitual y me aventuro al trabajo con un deseo casi desesperado por ver a mi criatura morena.
Salgo apurada del ascensor como siempre y en seguida lo visualizo. Pienso divertida que tal vez lo atraje con mi mente. Está solo, limpiando una de las primeras mesas sobre la entrada al restaurante. Me siento completamente indignada conmigo misma al verme traicionada por mis propios nervios mientras me voy acercando a él. Mis pulsaciones se disparan y mi estómago se vuelve vertiginoso, siento como si realmente hubiese tenido sexo con él anoche y me encuentro suplicando que el rubor que sube a mis mejillas se mantenga oculto debajo del maquillaje. ¿Pero a dónde demonios se fue la cazadora salvaje y atrevida en este momento? Suspiro y lo saludo considerablemente más amable y simpática que de costumbre. Él parece sorprendido pero me regala una amplia sonrisa que me derrite.
La jornada pasó rápidamente tras una imprevista catarata de trabajo que me mantuvo al margen de mis delirios sexualmente explícitos e ilegales con mi personal de trabajo. Ya es tarde y todos están preparándose para partir cuando suena mi teléfono. Es Carmen y me avisa que se encuentra en la recepción mi decoradora de interiores. Me agarra desprevenida, pero debo admitir que cae en el momento perfecto. Necesito con urgencia un poco de saliva y uñas firmes sobre la piel. Le digo a Carmen que la haga subir y giro para observarla a través del vidrio. Mi boca se abre incrédula cuando la veo saludar a mi criatura exótica con un pícaro beso cerca de su boca mientras apoya las manos en su cintura. La leo de pies a cabeza, no solo se conocen, entre ellos hubo algo más. Con la boca aún entre abierta la observo detenerse en una breve conversación y luego subir las escaleras. Él se queda juntando sus cosas en la mochila casi por retirarse del local. Golpea la puerta.
-Adelante. - Le digo y la espero con una mirada intensa que acompaña una media sonrisa endemoniada. Entra y al verme se muerde el labio.-
-Me moría de ganas de verte. - Me dice y agrega. - ¿Por qué no me dijiste que tenías a este bebote trabajando acá? Conociéndote como te conozco no debe de haber pasado desapercibido ante esos depravados ojos ¿o me equivoco?
Esto se está tornando oscuro. Siento como si Lucifer conspirara a mi favor e instantáneamente comienza a molestarme la ropa que llevo puesta, ante un imprevisto calor que me enciende la piel. La agarro con firmeza de la cola de caballo que sujeta su pelo y jalando con fuerza de ella someto su boca a mi cuello, el cual comienza a besar de inmediato.
-¿De dónde lo conoces? ¿Se acostaron verdad? ¿Qué tan despierta esta la criatura? – Le pregunto al tiempo que introduzco mi mano dentro de su ropa interior. Su respiración se acelera y tartamudea cuando me contesta que se acostaron un par de veces. Me dice que él es tranquilo pero que tampoco es un dormido y agrega – Mucho menos dormido considerando que al bromearle recién sobre lo deliciosa que era su nueva jefa, él me contestó con un suspiro.
Me quedo sin aire. Como si hubiese recibido un golpe intenso en el centro de mi pecho. La beso con ferocidad en un implícito agradecimiento por el más retorcido de los regalos que sin saber, acaba de hacerme. Y mientras intenta sofocar un gemido al sentir mi dedo en su interior, levanto el teléfono y llamo a recepción.
-Carmen, dígale al chico nuevo que suba ahora mismo a mi oficina por favor. Gracias.
-Enseguida sube señora.
Miro por el vidrio como la exquisita criatura comienza a subir escalón tras escalón al tiempo en que froto ya dos dedos curvos dentro de mi bella amante, deleitándome con su viscosa suavidad al escucharla gemir. Y es lo último que puedo pensar con claridad. Todo se oscurece inmediatamente. Mi mente se tuerce nublando hasta los más pervertidos pensamientos y la sangre comienza a arder en mis venas.
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