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Tomando mate en la playa.
 Ligia Franco
 
Ella:
 
Llevo la silla, la sombrilla y la matera, después de bajar la escalerita, camino 50m sobre la arena blanda imaginando el momento en el cual estaré sentada en la silla, bajo la sombrilla tomando mi mate, disfrutando de la brisa del mar.
 Hace calor y parece muy largo el camino, sin embargo, llego.  Después de lidiar un rato con el viento para instalar la sombrilla, y de preguntarme ¿por qué no compre el aparatito ese de plástico, que es como un tornillo? Queda la sombrilla instalada, ya puedo comenzar a disfrutar.
 Me voy a Brasil, ¿por qué acá no hay sillas y sombrillas como allá? Es tan cómodo. ¡Ah! ¡Y los vendedores de queso asado y de caipiriña!
 ¡Oh!  un vendedor! Lástima que no traje dinero. Aquí nunca pasa nadie.
 
Vendedor:
 
¡Uf, qué calor! Tanto caminar para nada, no se vende.  Todos bajan con el mate, no compran nada.   Mirá esa, sentada mirando el agua.  Me vio, la vi que me miraba, pero ahora se hace la boba, se queda mirando el agua.  Ja, seguro que no trajo plata.  Puro mate nomás.
           -¡Roscas dulces y saladas, a treeeeinta pesitos nada maaaas! ¡Para acompañar el maaaateeee!
 Si, sonreí nomás, seguro que no trajiste ni un peso; a ver si te avivás y mañana traes. Para eso me gasto la garganta cantando el precio.
           -Paso todos los días, más o menos a esta hora.  Las dulces son de membrilloooo, las saladas de quesoooo.  ¡Roscas dulces y saladas, a treeeeinta pesitos nada maaaas! ¡Para acompañar el maaaateeee!
 ¿Será que no le gustan las roscas? ¿O estará haciendo dieta? No, dieta no.  Bueh, si hace dieta, la verdá, no se le nota.  No, no trajo plata.  Veremos si mañana trae.
La mentira
Ligia Franco
 
            No es cierto, no es verdad, confieso que he mentido. No sé cómo llegué a este punto, cómo sucedió. Una cosa llevó a la otra. En un principio era algo pequeño, tonto, para darle un poco de importancia a mi existencia. Una mentira pequeña; es que todos parecían tan importantes y yo, yo no era nadie.  Sólo tenía un nombre importante. Pero los nombres nos los dan los padres. Son nuestros, pero más de ellos que nuestros.  Hay que estar a la altura, saber llevarlo.  Y yo, yo no me sentía a la altura.
            En algún momento alguien me preguntó, ya no recuerdo quien, ¿qué estudiaste? Y yo, yo había estudiado, en un principio, había ido al instituto, estuve allí, pero no terminé. No dije que no había terminado y quedó en el aire como que sí.  Luego, luego me dio cosa aclarar el tema, me pareció que no importaba, que era peor, ¿que para qué?, mejor ... dejar pasar, total, no hace daño a nadie. 
            Con el tiempo, hasta yo creí que casi había terminado, que casi me había graduado, que casi no había diferencia.  Después de todo, qué importancia tenía, si mi trabajo nada tenía que ver con lo que había estudiado, y, además, muchos de los que trabajan en esto son nombrados Doctores y Profesores sin serlo, y el título de Licenciado no parecía muy diferente. 
            Pero claro, una cosa es el Parlamento y muy otra el Ejecutivo.  Entonces comenzaron las preguntas directas y terminó de cerrarse la mentira, ahora sí mentira completa, grande y contundente, mentira de verdad, no un dejar pasar.  Estaba afirmando algo que no era cierto, estaba defendiendo esa mentira que se había ido estableciendo y que solapadamente había crecido en importancia.
            Los que me rodeaban me decían que hacía bien, que debía sostener la mentira, que era uno de los tantos ataques del enemigo, que si no era esto sería aquello; que ya no había vuelta atrás, sólo quedaba avanzar, avanzar sin dar importancia a lo que dijeran, avanzar porque teníamos que terminar lo planificado, porque el país lo merecía, porque habíamos trabajado tanto ...
            Pero después me equivoqué, y ahí la cosa se complicó.  Todos lo hacían, pero debí aprender de la mentira, que yo estaba en la mira, bajo la lupa y que nada iba a pasar desapercibido, independientemente de lo que hicieran otros. Debí aprender, pero no lo hice.  O... ¿habrá sido una jugarreta de mi cabeza para salirme de todo esto? Tal vez.
            ¿Hubiera sido igual sin la mentira? ¿Qué flaqueza hubieran encontrado? O tal vez, los obligados a mentir, hubieran sido ellos.
Esta vez no
Ligia Franco

 

 
            Apareció un camión cargado con una volqueta estacionado en la esquina.  Desde su ventana Susana vio que en la noche había personas que sacaban unas cosas y ponían otras cosas dentro de la volqueta que estaba sobre el camión. Le pareció extraño, sintió miedo, tuvo el impulso de llamar al 911, se detuvo y dijo, esta vez no, que llame otro.  Ya me tienen cansada, siempre yo, como si no hubiera otro vecino capaz de avisar. Después, hay que esperar la policía, andar dando explicaciones, no, ya está, que lo haga otro. ¡Suficiente! -Cerró la persiana, subió el volumen de la radio y se fue  dormir.
            A la mañana, llegando al almacén se encuentra con José,
          -¿vió vecina la volqueta sobre el camión? es raro ¿no? Alguien debería llamar, puede ser peligroso.
Susana internamente se repetía una y otra vez: no, esta vez no.  Yo no.  Y sonriendo lo más naturalmente que pudo le contesta:
          -¡Qué buena idea vecino! Quedo tranquila, usted llama ¿no?
          -No, lamento, se me rompió el teléfono, se me cayó y se rompió.
Susana piensa, mentira, roñoso, lo tenés en el bolsillo, ojalá que se ponga a sonar.  Pero no, no sonó.  Entonces volvió a repetirse, no, esta vez no.  Yo no.
            Y pasaron los días, y el camión seguía en la esquina con sus visitantes nocturnos, y los vecinos seguían sugiriendo a Susana que llamara y esquivando el encargo de hacerlo ellos, que me lo olvidé en lo de mi hija, que no sé dónde lo tengo, yo no sé expresarme, si, si, lo de siempre, no quieren dar la cara, eso es todo, ¡son unos cagones! Pero yo no, esta vez no.  Está decidido, tendrá que llamar algún otro, yo no.
            Susana estaba por festejar el mes del camión de la esquina. No podía parar de pensar ni de mirar por la ventana, en un momento cerraba la persiana y al ratito la volvía a abrir, todo seguía igual. Se acercaba al teléfono, pero no, no lo iba a hacer. Siempre ella, no, esta vez no.  Hacía una semana que no salía. Se asomaba a la puerta y volvía a entrar.  No esta vez. Ya lo había decidido, siempre ella, ni que le pagaran un sueldo por hacer las denuncias del barrio.  Esta vez, que se haga cargo otro. Yo no, faltaba más, atrevidos, roñosos, siempre esperando que otro se ocupe.  ¡No! ¡No esta vez! Que, al fin, yo también tengo problemas, y no quiero llamar, no voy a llamar, no y no.
 
            Va de la ventana al teléfono, de la puerta al teléfono y otra vez a la ventana, siempre murmurando, no, esta vez no, que lo haga otro, no, yo no... 
 
Hola, quería hacer una denuncia, en la esquina de mi casa... si es mi calle, mi número, espero.
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