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                                 CUANDO ES DEMASIADO
Susana Maly
 
Caminó por las húmedas y oscuras calles de adoquines en lo más sórdido de la ciudad.
Nadie parecía percibir su presencia allí, pese a estar atestada de borrachos, traficantes y prostitutas, algunas bajo la mirada disimulada pero atenta de sus chulos, cada uno aplicado a sus negocios.
"Antes de poner los pies en el primer bar, supo que jamás había estado ahí una mujer.
Unas pocas lámparas de veinticinco vatios desprendían una luz muerta filtrada por las cagadas de las moscas."
Miró a su alrededor buscando entre las mesas, donde en la penumbra algunos hombres jugaban a las cartas. Sus rostros abotagados por el alcohol, las manos curtidas por duros trabajos.
Ninguno levantó la cabeza y ella no reconoció en ellos el rostro que buscaba.
" Hasta que en un rincón en un nicho que se abría a mitad de aquella cueva de murciélagos donde un cantinero rengo sacaba y ponía las botellas en los estantes", su mirada se encontró con unos ojos que la escrutaban con desconfianza. Hacia allí se dirigió preguntándole en voz baja : ¿sos el Monaguillo?
          -Y que si soy le respondió este secamente y vos quien sos y que andás buscando.
Ella nerviosa y tratando de ocultar el temblor de sus manos le dijo : No importa quien soy, mi conexión cayó, pero antes me había dejado tus señas. Por las dudas ¿viste?. Me dijo que te apodaban Monaguillo pues te había quedado de cuando ayudabas al cura de tu barrio en tu niñez.
          -Y que es lo que querés -volvió a preguntar éste.
         -Mi dosis por favor, aunque sea una sola mirá que tengo plata es que sin la heroína no vivo, sabelo.
         -¿Y quien me asegura que no es una trampa?
La mujer se levantó una manga y luego la otra, ni los tatuajes disimulan ya los pinchazos -le dijo.
Monaguillo vio ante sí a una joven avejentada y ojerosa con síndrome de abstinencia, la tomó con fuerza de un brazo y mirando alrededor, se cercioró que nadie los estuviera viendo mientras le decía,: aquí no, acompañame a mi pieza y podrás pincharte tranquila.
Ya en la habitación, ella le pagó y el le procuró el polvo, calentador y jeringa. Ella temblorosa buscó una vena en su pie y dejó que la droga la invadiera.
El placer duró solo un momento, intensas convulsiones sacudieron su cuerpo hasta dejarla desmadejada cual una muñeca rota. Un rastro de espuma asomó entre sus labios.
El hombre la sostuvo por la cintura como si estuviera alcoholizada o dormida, salió a la calle y sin que nadie lo viera la llevó hasta un oscuro callejón, la dejó sentada recostada a la pared murmurando mientras se alejaba :" otra que no sabe cuando es demasiado ".
Intertexto: 

EL VUELO DE LA REINA

Tomás Eloy Martínez.

(…) Antes de poner los pies en el primer bar supo que jamás había entrado allí una mujer. lo supo al ver la hilera de mesas junto a la pared de ladrillos sin revocar, agrietados y mugrientos, el humo espeso debía de llevar años inmóvil en el cielo raso, y el corrillo de jugadores de naipes en la penumbra, con arrugas hondas como las de la tierra que seguía deshaciéndose fuera. Lo supo porque hasta el olor de una mujer era hostil para aquellos hombres, que habían dejado a las esposas en sus casas y llevaban ya dos o tres horas bebiendo y fingiendo que no estaban en ningún tiempo ni lugar.

Unas pocas lámparas de veinticinco vatios desprendían una luz muerta, filtrada por las cagadas de las moscas. En un nicho que se abría a la mitad de aquella cueva de murciélagos, un cantinero rengo sacaba y ponía las botellas en los estantes con tanta negligencia que había restos de alcoholes derramados por todas partes. (…)

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