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JUGADO
Pablo Solari
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Dejé el auto en el lugar de siempre. Estaba nervioso, más que otras veces, hoy no podía fallar.
Crucé la calle y comencé a recorrer las dos cuadras que me separaban de mi destino. Puse el celular en silencio, no quería que nadie me molestara.
Iba a mitad de camino, cuando un trueno me sobresaltó, seguido de un gran relámpago, una señal, -pensé.
Aun así, decidí ignorarla y proseguir mi marcha.
Todavía perturbado por el estruendo, no vi doblar un auto en la esquina que me esquivó de milagro.
Otra señal -pensé-, esto no va bien -me dije.
Sabía que debía desistir e irme a mi casa, pero la adrenalina que ya recorría mi cuerpo, hacia inútil cualquier intento de razonamiento lógico.
Hoy voy a ganar, repetía una y otra vez, intentando convencerme de lo imposible.
Había retirado todo mi sueldo del cajero, tenía un par de horas antes de que mi esposa sospechara y comenzara a llamarme.
Llegué, me dirigí a las cajas y cambié todo lo que traía por fichas.
Fui hacia las mesas y conseguí un color para jugar, tenía una estrategia, siempre funcionaba y llegaba a ganar, pero nunca podía retirarme a tiempo y terminaba perdiendo lo ganado y todo lo demás. Esta vez sí lo lograría, no había margen para el fracaso, ya no habría más oportunidades.
Todo comenzó bien esa tarde, mi plan estaba funcionando, sabía que era cuestión de tiempo para que el croupier descifrara mi juego.
Había ganado bastante, intentaba convencerme que ya era suficiente, que era hora de retirarme, pero el impulso y la adrenalina, me llevaban a jugar una bola más.
De repente me vi enroscado en una sucesión de apuestas, cada vez más elevadas, que hicieron reducir en pocas jugadas, toda mi ganancia a cero y comencé a perder parte del dinero que había traído.
Sudaba mucho, me temblaban las manos, depositaba toda mi fe en cada jugada, esperando que esa bola fuera la que me permitiera recuperar todo lo perdido y pasar al frente con ganancias.
Pasaron varias apuestas y cada vez el final estaba más cerca, hasta que tuve que jugarme con todo lo que quedaba, era esa bola, todo o nada, si salía mi número, no sólo recuperaría lo perdido, sino que incluso me llevaría una buena ganancia, si no salía, mejor ni pensarlo.
El croupier puso a girar la rueda, seguí la bola todo el trayecto, cuando comenzó a detenerse, la vi acercándose lentamente hacia mi salvación, estaba seguro que pararía ahí, no quise ver más. Cerré los ojos y giré mi cabeza para el lado opuesto, los segundos parecían horas,
No va más - dijo y agregó:
 
FINAL 1
¡Cero! - se escuchó fuerte y claro.
Permanecí inmóvil varios minutos, pegado a la mesa, muchas preguntas recorrieron mi mente en esos momentos, sabía las respuestas, y también que ya no habría más oportunidades.
Miré al croupier intentando buscar un culpable, aunque en el fondo ya lo tenía y debía ser castigado,
Me fui caminando despacio, bajé las escaleras y me dirigí hacia mi auto.
Estuve un rato, sentado, mirando fijamente al volante, pero sin ver nada.
Muchas cosas pasaron por mi cabeza en esos momentos, recordé las señales que había ignorado, ya era tarde para arrepentimientos.
Finalmente estiré mi mano derecha hacia la guantera, la abrí y saqué el revólver que había comprado hacía una semana, a pesar de la negativa y oposición de mi esposa y con la excusa de tener con que defendernos de la delincuencia.
Tomé mi billetera donde tenía una foto de ella, la miré como buscando su perdón y jalé el gatillo.
 
FINAL 2
¡Cero! - se escuchó fuerte y claro.
Permanecí inmóvil varios minutos, pegado a la mesa, muchas preguntas recorrieron mi mente en esos momentos, sabía las respuestas, y también que ya no habría más oportunidades.
Miré al croupier intentando buscar un culpable, aunque en el fondo ya lo tenía y debía ser castigado,
Me fui caminando despacio, bajé las escaleras y me dirigí hacia mi auto.
Estuve un rato, sentado, mirando fijamente al volante, pero sin ver nada.
Muchas cosas pasaron por mi cabeza en esos momentos, recordé las señales que había ignorado, ya era tarde para arrepentimientos.
Finalmente estiré mi mano derecha hacia la guantera, la abrí y saqué el revólver que había comprado hacía una semana, a pesar de la negativa y oposición de mi esposa y con la excusa de tener con que defendernos de la delincuencia y volví a entrar.
El reemplazo
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Pablo Solari
 
 
Lentamente abrí mis ojos, el estruendo de la sirena me hizo despertar, no sabía donde me encontraba, mi mente estaba en blanco, ni siquiera sabía quién era.
 

 Me vi acostado en una camilla, sin ropa, me incorporé y miré rápidamente el lugar, aquello parecía ser un quirófano; no había tiempo para mucho más, la sirena seguro era algo grave, había que salir de ahí.
Tenía una cinta en mi muñeca, con una etiqueta que decia: " PEDRO HARRIS ", supuse que ese era mi nombre, también descubrí un diminuto y extraño tatuaje en mi muñeca izquierda, era un código de barras, no entendía como pude llegar a hacérmelo.
Salí de la habitación, no vi a nadie, tenía que conseguir algo de ropa, las sirenas no cesaban, me sabía en peligro.
Recorrí los pasillos, no había rastro de persona alguna, era un hospital enorme, ya habrán evacuado a todos –pensé- , aunque no entendía por qué me habían abandonado allí.
Encontré un vestuario y logré hacerme de ropa. Me vi en un espejo, me reconocía pero seguía sin recordar.
Por las ventanas se veía gente corriendo por las calles, todo parecía un caos. Era un día gris, la ciudad estaba repleta de grandes rascacielos, ningún edificio tendría menos de veinte pisos.
Bajé por las escaleras los cinco pisos que me separaban de la salida, no funcionaban los ascensores porque la electricidad estaba cortada.
Al salir miré el cartel de la entrada para ver si lograba recordar algo: "HOSPITAL GENERAL" y en letras más pequeñas " Centro de clonaciones y transplantes ". 
Más confundido quedé, no parecía tener ningún problema de salud y mucho menos cicatrices de operación alguna, ¿que estaba haciendo en esa camilla? era la pregunta que no lograba responder.
De repente por altoparlantes se escuchó una voz que ordenaba a la gente que buscaran el refugio más cercano y se quedaran ahí hasta que cesara la alerta. No entendía nada, veía a la gente correr y decidí seguirlos, confiando en que me guiarían a algún lugar seguro.
Finalmente dimos con uno, era un amplio sótano de paredes blindadas, estaba atiborrado de gente, pero reinaba un gran orden y tranquilidad, se notaba que todos estaban preparados y acostumbrados a la situación.
Estaba haciendo la fila para obtener la comida que proporcionaban, cuando sentí una mano sobre mi hombro: 
-¡Pedro, Pedro! -escuché-, no reaccioné de inmediato, luego recordé la etiqueta y giré mi cabeza para ver quien era. Un tipo común se me acercó sonriente, supuse que lo alegraba verme,  ¡tanto tiempo sin verte y venir a encontrarnos en esta situación! –dijo. 
-La verdad -dije yo-, la verdad que no te recuerdo –agregué-, y dadas las circunstancias decidí confiar en él y contarle lo poco que sabía de mí.
Me escuchaba con mucha atención.
Me dijo que éramos amigos de la infancia y que no me preocupara que en cuanto pudiésemos salir, me llevaría hasta mi casa. 

Le mostré el tatuaje para ver que sabía al respecto.
Al verlo, palideció, quedó petrificado por unos instantes.
-Es una larga historia, pero ya te la contará tu mujer, que la conoce mejor que yo -dijo, recomponiéndose.
Cúbrete eso -agregó, en referencia al tatuaje-, no dejes que nadie lo vea. Hice caso, aunque ya estaba bastante intrigado. Mañana cuando cese el estado de emergencia, generalmente no pasa de una noche, te llevaré a tu casa y ahí Sonia .....o sea, tu mujer te explicará todo - dijo él, bastante dubitativo. Ahora descansemos que ha sido un día largo -acotó.
Nos dispusimos a dormir en colchones improvisados proporcionados por la organización del refugio.
El cansancio me hizo dormir profundamente. Serían las 2 a.m. cuando desperté, las sirenas habían cesado y noté que mi amigo no estaba en su lugar, lo divisé a lo lejos hablando por teléfono, parecía bastante nervioso, en un momento giró la vista y me vio, terminó su charla y se dirigió de nuevo a su lugar.
-¿Todo bien? –pregunté. 
-Si, pensé que dormías, perdón, logré ponerme en contacto con tu esposa. En la mañana podremos partir, ella te va a estar esperando -me dijo.
-Excelente. Gracias por todo lo que haces por mi -agregué.
-¿Para que están los amigos? -dijo él y sugirió dormir, porque partiríamos temprano por la mañana.
Al amanecer nos fuimos.
La ciudad no se había normalizado aún, los transportes no estaban funcionando.
Hubo que caminar, cinco kilómetros que nos separaban de mi casa.
El paisaje me resultaba extraño, predominaba el gris de los edificios y la atmósfera era muy densa, difícil de respirar.
Llegamos, intenté recordar algo mirando la casa, pero fue en vano, mi mente seguía negándome recuerdo alguno.
Cuando se abrió la puerta, apareció Sonia, una morocha de ojos marrones y pelo enrulado y bastante atractiva.
Fui directo a besarla, pero ella movió su rostro y sólo me permitió su mejilla, pensé que quizás las cosas no estuvieran muy bien con ella.
-¿Te contaron que he perdido la memoria? -le pregunté.
-Sí, ya lo sé todo -me dijo ella. Pasen, he preparado el café que tanto te gusta, estarás ansioso por probarlo -dijo mientras nos hacía entrar. Nos sentamos los tres a la mesa de la cocina, me extrañó que sólo yo tomará café, ellos se sirvieron té. Le noté un gusto extraño pero no me animé a contradecir "mis gustos".
Se notaba tensión en el ambiente, estaba esperando que se fuera mi amigo para poder charlar tranquilo con ella, cuando comencé a sentir mareos, todo empezó a dar vueltas, antes de perder el conocimiento, alcancé a escucharla decir: que suerte que lo encontraste, ya arreglé todo para esta tarde.
Una luz potente cegaba mis ojos.
-Se está despertando el reemplazo -dijo el enfermero.
-¡Rápido, anestesia!, no podemos permitir más contratiempos, necesitamos este corazón sano para el transplante -dijo el cirujano.
Me colocaron la mascarilla y poco a poco me fui desvaneciendo.
Alcanzé a girar mi cabeza para ver a alguien idéntico a mi, en otra camilla con el pecho abierto.
Lentamente cerré mis ojos.
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